Magda Carneci

 

 

Poema elevado

 

No, el tiempo del poema elevado, arrebatador, aún no ha pasado.

En cuanto amanece, se oyen cláxones y gritos.

En lechos nuevos, apenas nos despertamos de una oscura hipnosis

y, abriendo de par en par las ventanas, empezamos a distinguir

lo que nunca llegó a desaparecer bajo la escarcha polvorienta

y empiezan a crecernos otra vez el pelo, las uñas y nuevos órganos sensoriales

porque somos cadáveres de niños

 

Y de la furia de motores, sirenas y ruedas de la calle

a través del ruido turbador de las lenguas negras, amarillas, blancas

del demente vibrar de las imprentas, de los ordenadores

oímos suavemente un único sonido humilde, una única nota

delicada, que, trémula, se eleva despacio

sale de las alcantarillas y de la acequias, de los sótanos de los bloques,

pasa por los semáforos, los coches, los escaparates, las plazas, las plazoletas,

salta de piso en piso, de balcón en balcón se eleva

más allá de los tejados, de las antenas de los satélites, hasta las estrellas. 

 

Sí, esta música salvaje e inmensa es nuestra:

los bebedores de cerveza en lata, los devoradores de imágenes de la tele,

los funcionarios, los drogadictos, los tahúres, los mendigos y los genios

son nuestros: todos ellos cantan en coro.

Nuestras son las hormigoneras, los embalses y los montones de basura,

las estaciones, los aeropuertos y los satélites intercontinentales,

ellos son nuestros instrumentos de viento, de cuerda y percusión,

juntos interpretamos el mismo fragmento sinfónico

para oídos siderales,

cada uno como puede, con el cerebro, con los pies,

unos en bosques, otros en madrigueras de edificios, otros en estaciones lunares.

 

Somos un micelio vasto y cantarín.

Cubrimos la tierra con nuestra esputa corrosiva y fantasiosa, 

con nuestra cultura de circuitos integrados y bites;

como la penicilina en la lámina de cristal de un laboratorio

nos reproducimos frenéticamente bajo el ojo escrutador de la nada;

nos cimbreamos al unísono en el viento de las ondas de la radio y de las palabras melódicas

nos movemos ordenada y armónicamente bajo la lluvia de los programas de televisión;

hemos aprendido cánones y voces, sabemos leer diarios y partituras

y cada uno a su manera arrastra expresivamente su existencia.

Somos musicales, aunque no lo queramos, aunque no nos demos cuenta.

nuestra sinfonía dodecafónica llega hasta el cielo, hasta las estrellas,

y hace las delicias de los querubines y de los meteoritos.

 

 

Apenas ahora empezamos a despertarnos.

A darnos cuenta de que, en contra de nuestra voluntad,

cantamos, aunque no tengamos oído:

como los grillos, las ranas y las palomas,

como la lluvia, el viento y el rumor de las hojas,

como los terremotos y las ondas cósmicas,

todos cantamos en un único coro, amplio,

multimillonario, que no tiene ni idea de lo que canta

una sinfonía gigantesca ¿escrita por quién y para quién,

en qué clave musical, en qué tipo de armonía sonora

y para qué?

 

No, el tiempo del poema elevado, arrebatador, áun no ha pasado.

Su tiempo está al llegar.

 

Una sinfonía escrita por un principiante.

 

 

traducido del rumano por Rafael Pisot y Cristina Sava

 

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