Florin Iaru
Aire con diamantes
Era
tan hermosa,
que
el viejo jubilado
se
puso a roer la tapicería
de
la silla en la que había estado sentada.
En
el invierno limpio, sin nieve
el
coche seco intentó quemarla.
Sólo que ella ya había bajado,
al
oír el trago.
Los
conductores masticados
lloraron sobre el volante comido,
porque no podían alcanzarla.
En
cambio, era tan hermosa,
que
hasta los perros engullían
el
asfalto que pisaba.
Entonces, el portero se tragó las condecoraciones
al
verla entrar en la casa sin nombre
y
el mecánico partió con los dientes
la
llave inglesa y el cable
del
ascensor que la llevaba
hasta el último piso.
El
paralítico con orden al mérito
empezó a chasquear el inútil picaporte
y
la cerradura vacía
por
la que no hubiera podido deslizarse
un
carrito de lujo.
Todos se habían comido
la
pierna de la buhardilla,
se
habían comido las tejas
al
verla subir aleteando hasta el tejado
al
ver que no podían alcanzarla.
El
meteorólogo del Gólgota
royó el pronóstico del tiempo
y
el último cosmonauta
devoró la cápsula espacial
cuando ella abandonó el sistema terrestre
- y
ahora en el cielo, ¿qué vas a hacer? -
le
preguntaron
con
los labios chorreando lamentos.
Pero era tan hermosa,
que
siguió siéndolo.
Y
ellos no encontraron
en
el ancho mundo
suficientes muelas
suficientes gaznates
en
los que romper,
moler, comprimir
la
distancia siempre creciente
ni
las palabras que restan hasta la muerte.
traducido del
rumano por Rafael Pisot y Cristina Sava
@ Fundaþia Meta
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