CLAUDIA MASIN

 

 

Poemas de Bizarría

 

 

El hilo

 

Esta mañana corrí como si ellos

vinieran detrás y ellos sonrieron

desde adentro. Mala soy

mala como la nena que cayó

desde un décimo piso por mirarse

demasiado en los espejos.

No era vanidad, no,

era terror apenas.

Desciendo de tu cuerpo

con mi oficio de boa no sé

qué hacer primero:

si tatuar una figura

que te muestre muriendo

allí en tu propio pecho, o desollar

despacio las piernas sonriendo,

o tal vez quemarte los pómulos y ensayar el gesto

de mamita en vigilia pero

quién te toca como lo hace

la única que te ama quién

sino la misma que te arrastra

y se va –asesina- con un rumor

de guerra, de arena, de alegría.

 

 

 

 

El tiempo

 

Lugar: hospital de pueblo

a las dos

de la tarde.

 

El médico que me atiende se parece

-sospechosamente-

al médico kafkiano. Estoy

tan feliz de tener

mi propio médico rural.

 

Admiro en mi costado

la herida hermosa, los gusanos

como flores exóticas. escucho:

ha nacido con ella.

 

Una ronda de niños

arroja mi cabeza.

Parece una moneda

de cobre en el espacio

clarísimo en la tarde

sin sol.

 

-Hay una prenda para

quien la deje caer, aviso,

agitada por tanto vaivén.

 

Mientras circula de mano

en mano, mi boca apenas dice:

 

 

 

que lo hermoso se convierta

en horrible,

que lo horrible amanezca

belleza.

 

Bostezan

enfermeras y abuelas

a los pies de mi cama.

Son las dos de la tarde

desde hace cinco años.

Estoy aquí, ocupada en contar

el número de pasos

desde la puerta hasta mí,

el número de veces

que respiro en la noche.

 

 

La eternidad me observa,

incrédula, celosa.

 

 

   El nido

 

La sonrisa radiactiva del padre

esparciendo su haz de luz mortífera,

parece decir: estoy aquí

para trazar la línea,

arbitrario y generoso como Zeus.
De este lado, los pollitos

sanos y hermosos, mis hijos.

Del otro, los cadáveres, sus plumas

revoloteando en el aire

creado por mi aliento.

Otorgo el alimento y el veneno

por partes iguales.

Ordeno la fila, corto los vértices

que sobresalen, satisfecho

por la magnitud de la desgracia que puedo

hacer brotar de las piedras

como agua.

 

 

 

(de Bizarría)

 

 

 

   La raza

 


Un ciervo cae en el pecho de la víctima.

Trepidar de un corazón

muy débil bajo la ropa húmeda.

 

-¿Quién fuí antes de caer en el pecho

de esta mujer?- pregunta el ciervo

y no recuerda.

 

-¿Quién fuí antes de ser ciervo?

pregunta la mujer,

y una mandíbula de loba

se dibuja en su cerebro

decorado con balas y otras

guirnaldas de la agonía.

 

 

   

    hans

 

Vas a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir

de las formas impronunciables que adopta la tristeza.

¿Qué es lo que quisieras decir?  Tal vez que por las noches

salías a ver cómo se formaba la tormenta,

y la electricidad del aire te capturaba como un halo

dentro del cual te convertías también en pura radiación,

en pura espera decidida, tensa. O que la primera

vez que te quedaste a solas con el aguacero pensaste

“no se cae la noche por ser tan hermosa”,

pero sin embargo temblaste, capturada

por esa forma insólita de la pasión que es el miedo.

 

Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible

del viento, la violencia del agua arrancando las hojas,

el jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje hecho

para el sol no resiste la visita de la noche. ¿Cómo

diferenciar desastre de belleza? Si es tan similar

la devastación que ambos dejan detrás, el desconsuelo

que provocan al irse, si alguna vez han estado

cerca nuestro. 

 

Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora

que ha extraviado la brújula y espera, en la completa

soledad, una señal de los astros, una complicidad azarosa

e improbable que la lleve de regreso a casa.

 

No es verdad que las exploradoras no temen

ni que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana.

El miedo otorga un nombre como una moneda falsa

para comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje.

Una palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado,

minada la gratuidad de la única alegría real,

que es la del cuerpo

 

  

   resistencia

 

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.

Montañas de utilería para que cuando llueva,

el río, en su crecida, no invada nuestras casas

y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución

de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener

al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia

tenemos para qué levantarnos cada mañana:

quien tiene a qué temer ya no está solo.

 

Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia

amarillas. Nos sentimos impermeables

cuando caminamos por las calles, cómplices

como sobrevivientes de un desastre secreto.

Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches. 

Los chicos soñábamos con la amistad del agua,

salir descalzos a la invasión, cada gota

un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos

tras las trincheras, cristales dibujados al vapor

con nuestros nombres. Casa del agua.

¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.

Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,

una miniatura olvidada en un estante.

 

Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría

animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.

Por la música que despedían de sí al ser dichas.

 

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.

Zarparía en silencio hasta que la tierra

se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.

¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye

sirve para huir de la próxima batalla.

 

¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino

- a lo sumo- presumir bajo el alero? 

¿Y si la crecida  de las aguas no existiera?

Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.

Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,

a una corriente asesina que no existe. Acuario seco

en que los peces sofocados resistimos

hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto

que en las guerras se venciera por un arte sutil

de resistencia.

 

 

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Es escritora y psicoanalista. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires) Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires) y la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (inédito) y La soledad (inédito). 

Poemas suyos han sido incluidos en diversas antologías, entre ellas Poesía latinoamericana del Siglo XXI: el turno y la transición (Compilador: Julio Ortega, Ed. Siglo XXI, México,1997), Agua de beber (Antología de poetas argentinas, Compiladora: Mónica D’Uva, Nusud, Bs. As., 2001)

Es creadora y coordinadora, junto a un grupo de artistas de diversas disciplinas, de ciclos multimedia relacionados con la poesía (El pez que habla, El gallo y la luna) y de ciclos de recitales de poesía (La mirada, Poligrafías, La Musik). Coordina un taller de escritura poética desde 1997.

 

 

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