MARÍA DEL CARMEN COLOMBO
(Buenos Aires, Argentina, 1950)
GARDEL Y YO
nunca
gritó
pecosa porque
yo no
tenía
ni una
peca
gentil
con esas
faltas
de
imaginación dijo
en
cámara
“I love
you marilín”
pasaba
que por
aquellos tiempos
mi
nombre era maría
maría
solamente
TO
SEE I
al compás de ese blues la mujer
se
desnuda
le sale de la voz un viejo armiño
turbio
y deshuesado
el sol de algún zapato
brilla
como seno de lava
revolverá la noche con un pubis violáceo
frente
al pezón opaco de su espejo
TO
SEE II
del
espejo
a su cuerpo
los
ojos caen como frutos
dormidos
en su
cuna de sangre no verán
dónde
arroja la piedra
en
qué tiempo penetra su imagen
o quién
(por favor quién)
la
llama desde un pozo
SALLY LA LUNGA
felino
de ceniza en la cimbreante
piel de
labios revueltos
(gimen sus
nalgas
en el maquillaje)
agridulce los senos
desordena la pena
mil pedazos
frente
al espejo
liz
la
pelirroja bailará roc an rol
algún
vestido de papel glacé
y sus
pestañas de velludo sexo
esa
mujer a punto de volar
*Los
poemas seleccionados pertenecen al libro Blues del amasijo.
I
un caballo
en la pampa
de papel
nervioso inquieto
movimiento
del sonido
sin parar en la noche
en el desierto pozo
oscuro
el eterno
II
en el inmenso sitio pampa
un caballo
de luz un espejismo
fluyendo
sin parar
llama de coces voces
ese torrente
ese sonoro
llamado
caballo
III
un modo de montar
cuando fundo la palabra
confundo caballo con
jinete: una sola cosa
cuando la cosa sólo
es una: el modo
la manera de montar
un oscuro caballo
cuando sola y mortal
confundo
la montura y fundo
el eterno
caballo del fluir
cuando una sola cosa
V
triste yovaca
gimes tu condición
de alverre: dar
vueltas y vueltas
la que no fue
alrededor de la casa
de la pampa oscura
la que no pudo
ser la que no
alverre vaca
•Los poemas seleccionados
pertenecen al libro La muda encarnación.
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Como un árbol, este abanico
tiene un solo pie, pero de varillas, y un país
de papel que se despliega,
lento, con dos manos.
Florece en cada varilla una
escena, muy fija y finita, pintada con pelo de pincel. Entre una
escena y otra la distancia es inmensa, porque tarda en
llegar la próxima varilla.
Cuando la escena por venir
parece que no viene, los ojos humean de ansiedad, nublando el cristal
con que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean pescar cada una
de las miniaturas, que huidizas se escurren entre el papel de agua.
El pinchazo de un ojo podría
ser fatal para un teclado tan liviano. Por
suerte, entre el comienzo y
el final de este despliegue sólo transcurre media hora. Tiempo
suficiente durante el cual un semicírculo puede alcanzar su
personalidad verdadera, y en el instante hacerse aire, como este
abanico.
…
Son chinas las tres
chicas, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos
como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el
piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre,
imitación de la sombra de un árbol exótico. Le dibujan persianas
cerradas para protegerla de un sol de siesta, insoportable.
El alma china de la familia
se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales
del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los agujeros
dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por
tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava,
infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.
Recordar, abrir el ojal de
una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre
ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas
pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de
sus pestañas.
.......
Todas las noches, la
madre china pone su mente adentro de una copita
quieta. La llena con
sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade,
la copita, y parece un
párpado vaciado por la punta de una vara de
bambú. Puede ser
también un pájaro mudo que se sostiene en una sola
pata de gallo.
La mente maternal imita
el salto de los equilibristas, esos que tiran el
alma por el aire y cae,
hecho un bollito, en las aguas secas del vacío.
A la mañana, la mente
china sale lívida del párpado, como un pez o un
ánima que ha vagado por
los vericuetos del limbo.
…
Cuando las tres chicas se
acercan, el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe.
Tiene miedo el padre chino de que el calor de sus hijas
desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le
hace pitar de una boquilla elongada hasta el límite. Chupa del
pico el hombre, y de su boca evaporada por el humo se desprenden
pensamientos finitos como el perfil de un pez raya.
Es el opio de los
pueblos con que carga su boquilla el que lo hace descifrar sus
pensamientos en voz alta. "Esas tintoreras --dice de sus hijas--
calientan la pava y después yo salgo hecho una planicie. Qué
saben ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis
antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama,
durante milenios, hasta hacer de mi alma este biombo musical que sólo
los hombres chinos saben desplegar con dignidad."
Al escucharlo, la más china
de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de
rebelión. Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el
golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.
....
En espacios reducidos es
propicio menguar, como la luna y las mareas: la dirección del
movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud,
orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de planchar,
cuando doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.
Los biombos se someten al
dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos.
Una escalera devora su propio caracol, peldaño por peldaño.
Algunos
pensamientos ensobran sus intimidades y se apilan, al igual que las
sábanas, en prolijos acordeones. Las mentes más realistas se ajustan
tanto al pan pan y al vino vino, que después se desparraman en otras
dimensiones, como la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con
la amplitud del paraíso.
…
Paisaje sin concierto de las
casas del barrio. Sobre todo el fluir dislocado de los techos que
delata la desarmonía de sus habitantes. Adictos al etílico pincel, de
gorda brocha entintada, lo pintaron un día, seguramente calígrafos
disidentes del imperio, maestros viscerales atacados por la furia.
Por allí se desliza el
contrahecho, un mamotreto al que los chinos llaman el Hombre de
Pekín. "Oscuridad, humillación, servidumbre --avanza entre brochazos y
rabiosos manchones, lanzando frases como navajazos al aire--: Errantes
y proscriptos andamos", dice con tono sentencioso el garabato de su
boca.
A su paso, cientos de
abanicos y párpados suspenden en el aire su batir de mariposas:
atruena ese vacío como una eternidad que el viejo mamarracho recorre
con sus dichos: "deseamos y no podemos satisfacer, ambicionamos y no
podemos realizar".
Cuando el Loco se pierde
entre los escombros de la lejanía, el paisaje pierde peso, dramatismo,
y en el desvío su dibujo adquiere la alegría turística que alivia un
poco a los desheredados.
"El mar de la China está
encerrado adentro del caracol, entre tus piernas." Eso le dijo a La
Mayor el inventor de medias transparentes que vive en la piecita de
arriba. Y ella, que es muy impresionable, de noche siente que una
víbora de seda se desprende de sus piernas, imantada por el aliento
musical del instrumento que el hombre toca como fiera, en su piecita.
La sedosa serpiente
soñolienta enrosca los peldaños de la escalera caracol, su talle de
odalisca desnuda entre los velos se desliza, y sueña el cascabel en
sus tobillos, bambolea el tambor de sus caderas: ábrense los húmedos
anillos de la piel, esos poros de pulseras y platillos esos aros
babilónicos aúllan el vacío de la selva, horror vacui de la boca,
avanza sibilante
presa del cazador de
su arcaico cuerno que llama a derramar esa abundancia. Sube viscosa,
como si la respiración embrionaria del inventor guiara ese concierto,
hasta el umbral donde se despereza, talle abierto pared de piel,
chorrean espejitos las escamas, elevan su tiara de sudor: desde los
senos hasta el sexo despliega la sonámbula serpiente, cuando el golpe
de una puerta en su cabeza estalla plena la madera y rueda por los
peldaños el ánima de media, transparente, cae desde arriba como en un
desmayo entre las sábanas espesas del mar de una china que despierta
y dónde estoy quién soy, sí, yo, La Mayor: aquí mi caracol ardiente
debajo del kimono matinal y salgo y saludo con respetuosa inclinación
el paso, agrio, del señor inventor que dice, entre dientes, como si
algo hubiera adivinado: "rajá turrita, rajá".
...
...
En el cine teatro Olavarría,
el único número vivo es el trío de voces chinas El Trébol: con fondo
de timbales las artistas se presentan en el escenario, y después de
una triple reverencia, comienza el recitado cuando el gong así lo
indica.
"Japonesitas, coreanas nos
dicen, pero nosotras somos chinas, chinas de la Manchuria", gritan las
chicas al unísono, mientras golpean el piso como encaprichadas, con
uno de sus dos pies diminutos. Y apelando a un tono de familia,
conceden con desprecio, en fila y de perfil a la platea: "Porteños
provincianos todo lo confunden". Agregan, ahora sí, de frente y
enojadas: "Está bien que en los puertos los pensamientos se mezclen
como mercaderías al sol. Pero es un atropello a la moral china, este
cambalache que convierte en mamarracho todo lo que toca. Que mezcla
las sangres en la memoria, ah..., colorinches del pensamiento de esta
tierra". Avanzan por el escenario las tres juntas y paradas en la
orilla de la plataforma, descargan sobre el público unos dedos de
espadachín cuando preguntan: "¿Te dicen japonés y sos malayo?
¿Colchonero te llaman y sos cura? Qué rabia, qué dolor, qué
desencanto", gritan las chicas y llevan como marionetas sus manos al
peinado. Más delicadas y mientras retroceden, se arropan sigilosas en
sus batas de seda: "Argentinos --sentencian-- basta de confusión, no
se dejen engañar como libélulas enamoradas de la imagen de las cosas y
no de las cosas mismas".
Siempre al llegar
a esta parte del parlamento, suenan las castañuelas acuáticas porque
El Trébol se despide. Sin despegar los seis pies del piso, las tres
bocas arrastran las palabras, hasta que cada sílaba del estribillo
se separa lo suficiente como para evocar el fraseo de su lengua madre:
"Ja-po-ne-si-tas-co-rea-nas-nos-di-cen".
La gente aplaude con ganas,
y nunca se sabe si es porque el Trío colmó sus expectativas, o porque
la retirada de las muchachas anuncia el comienzo de la primera
película.
...
María del Carmen Colombo
nació en Buenos Aires, Argentina, en 1950. Ha publicado La edad
necesaria (Ediciones Buenos Aires Sur, 1979); Blues del amasijo
(Ediciones El Tintero, 1985); Blues del amasijo y otros poemas
(Ediciones Mar Blanco, 1992, reedit. por Alicia Gallegos Editora en
1998); La muda encarnación (Ultimo Reino, 1993) y La
familiar china (Ediciones Tierra Firme, 1999). Recibió, entre
otros, el “Primer Gran Premio de Poesía V Centenario”, organizado por
el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires (1992), y Mención
Especial del Premio Nacional de Poesía, Producción 1996-1999. Sus
poemas han sido incluidos en diversas antologías de poetas argentinos
publicados en el país y en el extranjero, la más reciente,
Puentes/Pontes, Fondo de Cultura, 2003; colabora, además, en
diarios y revistas del país y del extranjero.
THREE POEMS
translated from
the Spanish by Esteban Moore
Gardel and I
never
did he shout freckle-faced because
I didn’t have
not even
one
freckle
kind
and with that
lack of imagination
he said to the camera
“I love you marylin”
but
in those days
my name was maría
just maría
To See II
from the mirror
to her body
the eyes fall like sleeping
fruit
in her cradle of blood they will not see
where she throws the stone
or when it will penetrate her image
or who
(please –who)
calls her from the depth of a hole
Long Tall Sally
ash feline
in the swaying skin
of disheveled lips
her buttocks
moan
in the makeup
bittersweet breasts
she messes up her sorrow
a thousand pieces
in front of the mirror
liz
the redhead will rock and roll
some dress of glazed paper
and her eyelashes of hairy sex
that woman about
to fly
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