ÁLVARO MATA GUILLÉ
(Costa Rica, 1958)
Tríptico
I
El
escritorio en desorden
lleno de
libros y hojas que retenían largas esperas.
Abstraído, ligeramente inclinado al antepecho, discurría sigiloso.
Los
rincones lo miraban oscuros
callados. Recordaba
perennes vacíos.
No
distinguía las palabras profesadas por las ausencias
ni los
soliloquios.
Escuchó
los pasos suaves en el pasillo.
Se
acercaron.
La casa
era vieja.
Corrían
distintos apólogos entre guardillas y salidizos.
Tocaron.
Sonrió tímido. Conocía su quieta mirada. Sus cabellos los había
tenido entres sus manos en muchos sueños. Llegaron multitud de nuevas
ansias, presas, olvidadas. Hablaron lentamente posándose en
silencios. Vagaron por nostalgias. No existieron. Se adentraron en
las sombras de la habitación. Las caricias aparecieron murmurando
erotismos libres abrazados a lluvias y galernos. Las quejas de gozo
enmudecieron las paredes. El pasillo oía melancólico junto a los
rostros pálidos de las puertas. Anochecía.
Dejó la
ventana.
Se acercó
al escritorio.
El viento
se deslizó tenue por las albendas.
II
La puerta
se abrió.
Lo miraba
un hombrecillo índigo, sin brillo. Los ojos acostumbrados a jugar con
las sombras. La nariz larga, delgada. Ligeramente alabeado.
Entró.
La sala estrecha, muy estrecha, sin detalles, seguida de escaleras no
muy largas.
Subió
pensativo.
Las ideas
se amotinaron insistentes.
Sentía
frío.
Durante
largo tiempo lo había obsesionado. Desde el pequeño valladar
observaba inclinado cada nuevo vestigio. El postigo retenía sus
nostalgias, las sombras.
Desaparecía entre callejones atrasando cada paso. Buscaba otros
lugares, nuevos sueños. Volvía con disimulo
atraído
sin
fuerzas.
Nada que
indicara su presencia. El largo cansancio. Los segundos, qué no
sucedía en ellos, murmuró, lágrimas, ilusiones.
Avanzó
hacia parajes inmersos en extrañas sensaciones de ausencia.
La luz
tenue, se detuvo: los escalones se aglomeraron právedos, eternos. Lo
señalaban escrutándolo irónicos, las risas festejantes. Escuchó el
murmullo de sus gruesas voces.
Como
enorme tintineo el torbellino se enfilaba lejano. Las huellas
observaron protervas. Lo tomaron.
La calle
presentó resabios de noche como tantas veces.
Miró el
alba, pesaroso.
No hubo
atardecer.
III
Las
paredes tranquilas, leves, sin mutación. Tenían cierto brillo tímido,
llano. Paredes largas, muy largas, con difusos arcanos. Las ventanas
oscuras, silenciosas
cálidas
como
cortinas de puntos diminutos.
Desde la
habitación no era posible mirar hacia fuera al ser abrazada por una
gigantesca masa de rincones abandonados.
Los
umbríos se combinaban extinguiendo toda visita de luz.
En su
interior una silla
detenida
en
espera.
Su mirada
expectante buscaba extensiones vastas. Requería de los poros del
tiempo, de intimar con penas de ciclones frustrados, con hojas sin
vestigio.
Las
palabras mudas se dirigían a las paredes tratando de enlazar deseos.
Se sentía distante, presa de su inmovilidad, sumergiéndose lentamente
en impresiones vagas que con dificultad distinguía.
Era lento
el tintineo rutinario como llovizna pertinaz cae en la orilla de
lagunas desoladas.
En su
mente, el tiempo, quizá detenido.
La brisa
perdía su libertad.
Se
levantó,
meditó.
Soslayó
la fecha, los días.
Se vistió
distraídamente.
Escuchó
el ocaso, el sollozo del cierzo.
Habló con
los ladrillos de la ventana
lejanos,
indiferentes.
Álvaro Mata Guillé
(Costa Rica, 1965). Es director de teatro-danza, ensayista,
investigador, dramaturgo y poeta. Desde 1998, se desempeña como
Director General del Simposio Internacional Libertad y Poesía. Dirige
asimismo la revista Hoja en blanco y el sello Aire en el Agua
Editores. Es Subdirector del Laboratorio de Investigación del Cuerpo
en Escena y Director del grupo Baco, de danza-teatro. Como tal, ha
dirigido, entre otras, las obras La Señorita Julia, de A.
Strindberg (1997/1998), El jardín de las delicias, de Fernando
Arrabal (1998), una adaptación del poema “Pasado en claro” de Octavio
Paz (1998/1999/2000), una adaptación del poema “Cuadernos del
destierro” de Rafael Cadenas (2001/2002). De su propia autoría ha
dirigido Escenas de una tarde, en repertorio desde 2002 y en
gira
por Latinoamérica.
Entre sus libros de poemas merecen mencionarse:
Intemperies, junto a Norberto Salinas y Marta Royo (Ed. Aldus,
México D.F., 2005), Escenas de una tarde (Ed. Lunes/Literatura
Digital, San José de Costa Rica, 2004/2005) y Debajo del viento,
de próxima aparición en Venezuela.
Ha publicado además el ensayo El laberinto disperso
(Editorial Alambique, San José de Costa Rica, 2005), y tiene en
preparación otros dos libros de poesía y varios ensayos sobre crítica
cultural y el origen de la tragedia.
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